El 9 de junio, el sello berlinés Bretford Records editó Locust, el nuevo disco en solitario de Jeff Clarke – un melancólico y despojado cambio de dirección del cantautor canadiense que venía de un periodo garaje-rockero en grupos como Demon’s Claws, Hellshovel o The Black Lips, y a quien King Khan identificó como uno de los “héroes olvidados del rock’n’roll”.
Ahora, los textos sinceros y poéticos de Jeff están acompañados únicamente por su guitarra acústica. El cálido, ensoñador y minimalista sonido folky sale mejorado por las propias grabaciones – elaboradas en una única sesión, en el exterior de un bosque al norte de Berlín, el nuevo hogar de Clarke desde 2016. El concepto para está grabación intimista vino de Lorenz Szukal, guitarrista de los legendarios indie-rockeros berlineses Chuckamuck y Die Verlierer, que vislumbró que las composiciones de Clarke, que había admirado desde hace tiempo, serían igual de poderosas si se simplificasen y se mostrasen en una luz diferente.
Cuando los dos llevaron el equipo de grabación portátil de Szukal al bosque, la atmósfera más naturalista reveló una mezcla de luz y sombra, fragilidad y resiliencia, dolor y alivio en las canciones. Y a pesar de ello Locust es mucho más que un mero estudio de contrastes; harmonizadas por la extraordinaria escritura de Clarke, las trece canciones del disco crean un ambiente coherente en donde la voz de Clarke – como el suave lamento de un lobo solitario – se funde con el vivo imaginario lírico, las sutiles dinámicas de su guitarreo y un casi imperceptible eco para dejar al espectador en un estado ensoñador. Al atreverse a presentar su sensibilidad única en un entorno tan crudo y elemental, Locust marca una sorprendente nueva dirección y muestra a Clarke como un descendiente espiritual de Townes van Zandt.